Agradecimiento a la Magistrada Olga Cárdenas de Ojeda

                Cuando inicie en la difícil disciplina de escribir para que otras personas lo leyerán, surgieron en mi varias interrogantes:

¿Sobre qué escribiré?
¿Les gustará? 
¿Les interesará? 
¿Alguien me leerá? 

Con esas incertidumbres entre muchas otras poco a poco continúe publicando en este blog.

            Que extrañeza me causó una llamada a mi domicilio, el martes de semana santa, la llamada era de parte de la Magistrada Olga Cárdenas de Ojeda; el motivo,  me obsequiaría un ejemplar del libro “Ochenta y más. Pedro Ojeda Paullada”, un homenaje al querido y respetado maestro.

            La cita fue en una zona muy exclusiva al sur de la ciudad de México, tras perderme en esas hermosas calles circundantes al bosque de Tlalpan por fin llegue a las oficinas en donde fuí atendido muy amablemente por la sģecretaría pues llegue a la hora de la comida, después de recibir el ejemplar y agradecer por la cortesía, pregunte. “¿Porqué a mí?” 

        Fue hasta ese momento cuando se me explicó que el regalo correspondía a una entrada que publique al enterarme del fallecimiento del maestro Ojeda Paullada, se me mostró un ejemplar abierto, el índice donde está mi nombre y el breve artículo de mi autoría.

            Sería falsamente modesto  expresar que nunca espere que los textos de este espacio se trasladaran a una publicación física desde el momento en que comencé este blog. 

            La publicación de mi breve artículo corresponde quizá a la suerte o coincidencia de múltiples factores puesto que no conocía la intención de la magistrada de incluirme en su libro homenaje, lo cual es una gratísima sorpresa a la cual agradezco sincera y profundamente a la Magistrada Olga Cárdenas de Ojeda.

            Mucha mayor fue mi sorpresa al leer los nombres de los participantes en la elaboración del libro; comenzando con el Prefacio escrito por el actual Presidente de los Estados Unidos Mexicanos Enrique Peña Nieto, incluye a Miguel Alemán Velasco, Lolita Ayala, Manlio Fabio Beltrones, Leticia Bonifaz, Olga Sánchez Cordero, César Camacho Quiroz, Manuel Camacho Solís, Máximo Carbajal, María Leoba Castañeda, Emilio Chauyffet, Eduardo Feher, Ricardo Franco Guzmán, Clementina Gil de Lester, Fernando Gómez Mont, Ruperto Patiño Manfer, Jorge Castañeda Gutman, Ulises Schmill, Beatriz Paredes y Diego Valadés, entre otros.

            Es un inmenso e inesperado honor compartir una publicación donde figuran nombres de profesores de la Facultad de Derecho de la UNAM, reconocidos juristas y políticos del Partido Revolucionario Institucional, el regalo de la Magistrada Olga Cárdenas de Ojeda me ha concedido el honor de compartir una publicación con personas que merecen todo mi respeto académico y admiración.

            Todos ellos propios y extraños reunidos en un emotivo y merecido homenaje al hombre de Estado, el político, el académico Pedro Ojeda Paullada quien sin duda fue un protagonista en la estructura del Estado Mexicano priista de la segunda mitad del siglo XX.

¿Y mi dignidad?

Como abogado postulante (los que representan a las partes en un juicio) que ejerzo desde hace casi 10 años, he vivido incontables roces con el personal de los Tribunales, Juntas de Conciliación y Arbitraje y Ministerios Públicos, abogados de la contraparte, las contrapartes, en fin podría pensarse que con esta cotidianeidad de roces un abogado se vuelve inmune a las mentadas de madre, empujones, golpes, gritos etcétera.

Yo me mostraba despectivo en mi fuero interno hacía las personas que acudían a las comisiones de derechos humanos argumentando una violación de sus derechos humanos por actuaciones de algún funcionario, incluso consideraba chillones a quienes interponían una queja ante el Consejo de la Judicatura o la Presidencia del Tribunal, pensando que experimentar esos incidentes forma el carácter, la tolerancia y la resistencia, y es parte del mundo del abogado.

Me parece quisquilloso y signo de debilidad hacer un escándalo de algún evento pasajero, una mala cara, una mirada cargada de burla, etcétera. Soy abogado, y me siento orgulloso de serlo, me jactó de ser muy concienzudo y preciso en mis demandas, escritos y pretensiones. Con un nivel de eficacia del 100 por ciento, me enfada ver a charlatanes quienes nunca pisaron un aula de licenciatura contarles cuentos chinos a sus clientes de escasos recursos para sacarles 20 o 30 mil pesos por algo que puede salir con 10 mil.

Me reconforta cuando esos charlatanes me contactan para hacer lo que ellos ya no pudieron, me enorgullece cuando esas personas se quedan conmigo como abogado al darse cuenta del engaño. Me siento orgulloso porque elegí esta profesión y la ejerzo como forma de vida de manera digna.

En el aspecto académico he demostrado ser un alumno competente y por arriba del promedio en cuanto a comprensión, investigación y aplicación práctica, he utilizado el sistema legal a favor y en contra según los intereses de mi cliente. No soy infalible pero reconozco mis errores y asumo las consecuencias de mis actos invariablemente, he ofrecido disculpas a mis clientes cunado les ofrezco algo y no logro conseguirlo tal cual como me comprometí.

Precisamente por esa responsabilidad, profesionalismo y eficaz desempeño puedo decir que no baso mi importancia o autoestima en cosas materiales, en un auto, un traje o mercancías de status quo que llenen un vacío existencial o cubran necesidades emocionales de farsante.

En muchas ocasiones por practicidad y a solicitud del cliente he dejado pasar imprecisiones y errores de los juzgadores aún a sabiendas que tengo la razón  y de impugnar el error obtendría la razón, lo cual me parece una actitud sana evitar a toda costa tener la razón en aras de un beneficio mayor e inmediato.

Es entonces cuando al omitir esa indebida apreciación de uno de mis juicios y por practicidad reintentarlo en nueva cuerda, tolerante que el error no se encontraba en mi capacidad, en el escrito que elabore, en la fundamentación jurídica expresada o la vía procesal, en beneficio de la inmediatez solicitada por mi cliente.

Cuando una funcionaria menor, quien por su simple presunción en relación a un antecedente de juicio me tilda de ignorante necio denigra mi capacidad que es lo único que me genera honorabilidad; mi capacidad como profesionista, me siento profundamente ofendido y lesionado.

Solo puedo referir un término vulgar al respecto “!Chale¡” por hacer caso a la solicitud del cliente y no impugnar para demostrar que tengo la razón, ahora soy tildado de poco menos que imbécil e incapaz por una secretaría mecanógrafa.

¿Esa afectación personal y subjetiva es motivo suficiente para solicitar la restitución de mi derecho humano a la dignidad?