Como abogado
postulante (los que representan a las partes en un juicio) que ejerzo desde
hace casi 10 años, he vivido incontables roces con el personal de los
Tribunales, Juntas de Conciliación y Arbitraje y Ministerios Públicos, abogados
de la contraparte, las contrapartes, en fin podría pensarse que con esta
cotidianeidad de roces un abogado se vuelve inmune a las mentadas de madre,
empujones, golpes, gritos etcétera.
Yo me mostraba
despectivo en mi fuero interno hacía las personas que acudían a las comisiones
de derechos humanos argumentando una violación de sus derechos humanos por actuaciones
de algún funcionario, incluso consideraba chillones a quienes interponían una
queja ante el Consejo de la Judicatura o la Presidencia del Tribunal, pensando que
experimentar esos incidentes forma el carácter, la tolerancia y la resistencia,
y es parte del mundo del abogado.
Me parece
quisquilloso y signo de debilidad hacer un escándalo de algún evento pasajero,
una mala cara, una mirada cargada de burla, etcétera. Soy abogado, y me siento
orgulloso de serlo, me jactó de ser muy concienzudo y preciso en mis demandas,
escritos y pretensiones. Con un nivel de eficacia del 100 por ciento, me enfada
ver a charlatanes quienes nunca pisaron un aula de licenciatura contarles cuentos
chinos a sus clientes de escasos recursos para sacarles 20 o 30 mil pesos por
algo que puede salir con 10 mil.
Me reconforta
cuando esos charlatanes me contactan para hacer lo que ellos ya no pudieron, me
enorgullece cuando esas personas se quedan conmigo como abogado al darse cuenta
del engaño. Me siento orgulloso porque elegí esta profesión y la ejerzo como
forma de vida de manera digna.
En el aspecto académico
he demostrado ser un alumno competente y por arriba del promedio en cuanto a
comprensión, investigación y aplicación práctica, he utilizado el sistema legal
a favor y en contra según los intereses de mi cliente. No soy infalible pero
reconozco mis errores y asumo las consecuencias de mis actos invariablemente,
he ofrecido disculpas a mis clientes cunado les ofrezco algo y no logro
conseguirlo tal cual como me comprometí.
Precisamente
por esa responsabilidad, profesionalismo y eficaz desempeño puedo decir que no
baso mi importancia o autoestima en cosas materiales, en un auto, un traje o mercancías
de status quo que llenen un vacío existencial o cubran necesidades emocionales de
farsante.
En muchas
ocasiones por practicidad y a solicitud del cliente he dejado pasar
imprecisiones y errores de los juzgadores aún a sabiendas que tengo la
razón y de impugnar el error obtendría la
razón, lo cual me parece una actitud sana evitar a toda costa tener la razón en
aras de un beneficio mayor e inmediato.
Es entonces
cuando al omitir esa indebida apreciación de uno de mis juicios y por
practicidad reintentarlo en nueva cuerda, tolerante que el error no se encontraba
en mi capacidad, en el escrito que elabore, en la fundamentación jurídica expresada
o la vía procesal, en beneficio de la inmediatez solicitada por mi cliente.
Cuando una
funcionaria menor, quien por su simple presunción en relación a un antecedente
de juicio me tilda de ignorante necio denigra mi capacidad que es lo único que me genera honorabilidad; mi capacidad como
profesionista, me siento profundamente ofendido y lesionado.
Solo puedo
referir un término vulgar al respecto “!Chale¡” por hacer caso a la solicitud
del cliente y no impugnar para demostrar que tengo la razón, ahora soy tildado
de poco menos que imbécil e incapaz por una secretaría mecanógrafa.
¿Esa
afectación personal y subjetiva es motivo suficiente para solicitar la
restitución de mi derecho humano a la dignidad?